Los Caleiros

Hasta mediados del siglo pasado, era común ver a una serie de personas que, a parte de sus rutinas diarias en las labores de la tierra, desempeñaban oficios artesanos como los caleiros

Los caleiros, o caleros, eran hornos en donde se obtenía la cal, que resultó imprescindible para la construcción, saneamiento y embellecimiento de los pueblos de la comarca durante siglos. Desde hacer el horno, arrancar la piedra caliza, calcinarla para convertirla en cal, hasta venderla por los pueblos, han sido las importantes acciones realizadas por estos trabajadores de antaño.

La obtención de la cal viva ¿óxido de calcio- necesita del calentamiento previo, a más de 1000 grados, de la piedra caliza ¿carbonato de calcio-. Actualmente, esta transformación se consigue en hornos industriales, pero durante años, en las poblaciones en las que la piedra caliza era la base geológica de su suelo, se han utilizado los hornos de cal para la obtención de este preciado producto. Aquí en nuestro concejo atraviesa la formación de calizas Vegadeo y en lugares como Arancedo y Andía era habitual ver estos hornos.

Los caleiros u hornos de cal consistían en un pozo de unos cuatro metros de profundidad por tres de diámetro, semienterrados e insertados en laderas, con paredes realizadas con piedra arenisca, para evitar la pérdida de temperatura. Desde el interior de la estructura se iban disponiendo minuciosamente y por tamaños las piedras calizas previamente troceadas, hasta formar una bóveda exterior. En el centro quedaba el espacio necesario para instalar la leña que se prendería fuego para quemar la piedra. Por medio de un hueco en la base del horno, el calero iba avivando el fuego sin dejar que se bajase la temperatura durante todo el proceso de cocción. Aproximadamente unas 48 horas.

La lluvia podía arruinar todo el proceso, motivo por el que se elegían días de verano tranquilos y sin riesgo de precipitaciones para preparar y encender el horno. Durante las primeras horas de cocción, las piedras de cal iban desprendiendo su humedad, originando un humo blanco. A medida que la piedra se quemaba, el humo tornaba a un color más oscuro. Durante dos días y dos noches el horno permanecía encendido, continuamente alimentado con leña para evitar su enfriamiento. De tanto en tanto se extraía la ceniza de la leña quemada para dejar espacio a la nueva. Finalizado el tiempo de cocción, la tarea no terminaba aquí, el horno permanecía enfriándose durante unos dos días.

Enfriado el horno se empezaban a desmontar las piezas de piedra cocida, comenzando por arriba. El aspecto de la piedra resultante era quebradizo y ligero, tras su transformación en una piedra porosa y blanda que se desmoronaba con facilidad. La piedra caliza se había convertido en cal.

Lo habitual es que no todas las piedras se hubieran cocido perfectamente, por eso se efectuaba una selección desechando las piedras mal cocidas.

La cal -que también forma parte del cemento-, mezclada con arena, se empleó como argamasa en las labores constructivas para dar solidez a los edificios. También se utilizó para enriquecer el suelo agrícola. Permitió el estucado y la pintura al fresco y enlució paredes, refrescando el interior de las viviendas al reflejar la luz del sol. Por su poder cáustico sirvió como desinfectante, tanto en las paredes de las viviendas, como en los enterramientos de animales muertos y de los seres humanos víctimas de epidemias.

En nuestros días, los hornos de cal están abandonados o simplemente desaparecidos. Pocos se conservan en buen estado, aunque si quedan sus ruinas o su recuerdo en el nombre de los parajes en los que se asentaban. La industria se ha hecho cargo, a gran escala, de lo que un día fue un medio de subsistencia para muchos habitantes de nuestros pueblos. La utilización generalizada del cemento desde los años 50 del pasado siglo y la sustitución de la cal de blanquear por la pintura ha provocado la desaparición del oficio artesanal del caleiro.

Caleiro del LlamazoCaleiro Nogueira

 

 

 

 

 

 

 

 

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